domingo, 13 de octubre de 2013

EL BUEN POLICÍA




*Por Begoña López Izquierdo



Fragmento de la Introducción al libro ‘Ciudad Juárez: el poder de la palabra’, de Benjamín Cifuentes. Ed. El Faro, 2022

México, primavera de 2013. Mi nombre es Augusto Velasco, soy policía en Ciudad Juárez y creo ser un buen policía. De lo que estoy seguro es que soy policía por vocación, porque no recuerdo –desde que era bien chamaquito- haber deseado ser otra cosa. No siempre he estado aquí ni siempre fui un buen policía. Recién acabada la academia me destinaron a Monterrey, donde conocí a mi mujer y vi nacer y crecer a mis dos hijas. Entonces era un policía de honor, de los buenos de verdad. Era joven, crédulo, entusiasta y bastante bobo; tanto como para no ver que cuando mis superiores me dijeron que sería un gran policía si trabajaba codo a codo con ellos no se estaban refiriendo precisamente a dejarse la piel por el cumplimiento de la Ley. 

En consecuencia, y con el didáctico propósito de que aprendiera a comportarme, fui trasladado a Ciudad Juárez. ‘Eres un pendejo, hijo. Tú y tus tonterías idealistas’, fue el gran apoyo de mi padre. ‘Ni loca me voy contigo a semejante infierno. Allí te las veas tú solito, a jugar a héroe de película’, me espetó mi mujer, con el mismo ánimo consolador de mi padre, cuando se lo conté entre quesadilla y quesadilla.
Tampoco era mi intención llevarme a mi familia a mi nuevo destino. Todos sabemos lo que pasa en Ciudad Juárez y es de psicópata malnacido llevarse a tres mujeres a un lugar donde sus vidas valen menos que el papel con el que se limpian el culo.

Así que marché solo a la chingada de destino que me habían empapelado. Ya no era tan joven ni ingenuo ni entusiasta y había aprendido la lección: allí donde fueras, haz lo que vieras. Tengo una gran capacidad de adaptación, sobre todo si no tenerla implica acabar el día y tu vida entera con un agujero en la frente que no tenías al levantarte por la mañana; pero aun así, establecí unos límites que me propuse no cruzar nunca.

Por eso digo que creo ser un buen policía. No he matado a nadie que no se lo mereciera. No he torturado ni violado a ningún ser vivo en mis cuarenta y cuatro años de vida. Mis peores pecados son una extorsión por allí, un trato de favor por acá, un soborno por acullá, dos hostias puntuales si alguno se me pone chulo… pero poca cosa más. Bueno sí: vista gorda, mucha vista gorda. Por la cuenta que me trae. Aquí es la norma: ‘plata o plomo’, o coges la pasta de buena gana y haces como que no pasa nada o te meten una bala en el pecho y tampoco pasa nada.

No me miren así, ¿qué querían que hiciera? Aquí los malos, esos que sí matan, torturan, violan y además disfrutan con ello, son legión. Con uniforme y sin él, políticos, jueces  y traficantes, ricachones y poderosos, todos a partes iguales, todos de tú a tú. Si alguien decidiera hacer limpia en el Cuerpo de Policía quedarían los efectivos justitos para un equipo de básket y entonces, ¿quién defendería a la población de los otros malos? 

No cuate, no. Se ve que las cosas están bien como están; si no, ¿por qué los que pueden no luchan realmente contra ello? Mira que hay mierda por todo México, pero en Ciudad Juárez es más espesa y maloliente; es el paraíso de los malos por vocación. Supongo que, mientras estén aquí y maten aquí, no molestan ni matan en otras partes, así que tampoco vayamos a ponernos muy dignos. No soy ningún Mario o Marisela Escobedo, ni un Javier Felipe ‘El Negro’, ni una Susana Chávez. Alguna vez soñé con serlo, pero se me pasó a base de miedo.

Aun así, hace años que no puedo dormir. Años en los que he intentado sin éxito exculparme con los argumentos que les acabo de exponer. Sé que llegará un momento en que la cosa se ponga fea, que querrán que sobrepase mis límites o se empeñarán en dar brillo y esplendor a la institución policial de México (que más me temo yo lo primero que lo segundo). Tengo entendido que hay personas fuera de este país que se preocupan por lo que pasa en Ciudad Juárez; es triste que hayan tenido que morir tantas mujeres para que eso ocurriera, pero lo importante es que hay ojos que se han vuelto hacia nosotros y quieren ayudar. El joven policía de honor pugna por liberarse y luchar contra aquellos que piensan que la vida ajena no vale nada y contra los que les protegen y financian.  

No puedo hacerlo desde México, seré valiente pero no suicida. Buscaré ayuda fuera, entre esos ojos que nos ven y esas voces que se alzan. Me marcharé con toda mi familia y empezaré a darle sentido a mi vida. Se lo debo a mis hijas, a los hijos e hijas de México, a las familias de esas pobres muchachas asesinadas y a mí mismo, a mi joven policía de honor. Él ha despertado y ahora podré dormir tranquilo.


Augusto Velasco Martínez, Zacatecas 1969. Fundador del movimiento ‘Vivir sin miedo’. Premio Nobel de la Paz 2020


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